En tiempos posteriores, varios geólogos rusos (particularmente Nikolai Alexandrovitch Kudryavtsev en 1951) y ucranianos (Emmanuil Chekaliuk en 1967) continuaron desarrollando la hipótesis con datos experimentales orientando las búsquedas petroleras en la Unión Soviética en ese sentido. Basada en esta hipótesis, la URSS se convirtió en el primer productor mundial de hidrocarburos en la década de 1980
Recientemente, el astrofísico austriaco Thomas Gold replanteó la teoría abiótica incluyendo varios elementos innovativos desarrollando una verdadera revisión paradigmática del tema expresada en su reciente libro “La biosfera profunda y caliente”.
En base a los autores rusos y ucranianos mencionados y a los trabajos de Thomas Gold, se puede sostener que NO hay suficientes elementos científicos como para seguir afirmando a rajatablas que el petróleo y el gas son de origen fósil.
Existen numerosos yacimientos de petróleo contenidos en rocas ígneas y metamórficas inexplicables con la teoría “fósil”.
Los yacimientos petroleros no se agotan de acuerdo a las previsiones. Extrañamente, parecería que los reservorios se “recargan” desde las profundidades.
La composición química de los hidrocarburos es contradictoria con un origen orgánico (p.ej. su elevado contenido en helio que no existe en los restos biológicos).
Hay muchos otros argumentos y datos en el mismo sentido que desarrollaremos en artículos sucesivos.
Todos estos elementos tienden a mostrar que la teoría del origen “fósil” es, por lo menos, insatisfactoria. De acuerdo a la visión de los geólogos rusos y ucranianos antes mencionados y de Thomas Gold, el petróleo y el gas resultan de la desgasificación geológica del planeta que comenzó hace 3.000 millones de años y continúa en la actualidad. Los volúmenes de petróleo y gas existentes constituirían un porcentaje muy elevado de la masa del planeta, con volúmenes muchísimo mayores a los estimados actualmente (tal vez cientos o miles de veces mayores). En otras palabras, a todos los efectos de nuestra arrogante civilización humana, las existencias de petróleo y gas serían inagotables a corto plazo (lo contrario que postula la teoría del cenit del petróleo o “peak oil”).
Esto quiere decir que el gas y el petróleo no se van a acabar (por lo menos en los próximos miles de años) y que los principales limitantes para las sociedades humanas podrían ser sus impactos ambientales en la atmósfera, pero no el agotamiento de las “reservas”. Estos impactos incluirían el aumento del dióxido de carbono (que podría dar lugar a un posible efecto invernadero, algo que aún no está probado) y la disminución del porcentaje de oxígeno contenido en el aire (hecho mucho más grave aunque sus efectos no parecen inminentes).
Otra consecuencia de la teoría es que pueden existir acumulaciones o emanaciones petroleras y gasíferas en TODA la superficie del planeta. Por supuesto que hay zonas donde la presencia de fracturas y trampas estructurales permiten o permitieron la acumulación de grandes volúmenes de hidrocarburos y allí se encuentran los yacimientos más grandes y accesibles. Sin embargo, es dable esperar la surgencia de hidrocarburos en TODAS las zonas fracturadas de la corteza, especialmente en la periferia de las regiones montañosas, en las zonas de fallas, en los bordes continentales, y por supuesto en todas las cuencas sedimentarias que permitieron el entrampamiento de los hidrocarburos ascendentes (por ejemplo, en las cuencas del Golfo en el Medio Oriente).
Las consecuencias de esta revisión paradigmática son inmensas. En primer lugar, las reservas efectivas de hidrocarburos se multiplicarían por un factor de 100, 1000 o aún mayor. Su explotación estaría sobre todo limitada por las posibilidades tecnológicas y económicas de su extracción. Puede haber petróleo o gas en los escudos graníticos, en los fondos basálticos de los océanos, en las zonas volcánicas y en áreas sedimentarias hasta ahora consideradas estériles. Los métodos de búsqueda y las tecnologías requeridas para la explotación deberán ser revisadas cuidadosamente. El cambio del enfoque y el desarrollo de nuevas tecnologías pueden dar lugar a un aumento importante de la producción de hidrocarburos en muchos países y lugares, y consecuentemente a una reducción de los precios. Esta posibilidad generará resistencia de las grandes corporaciones y países petroleros. Durante mucho tiempo han sido subsidiados por el resto del mundo. Este “privilegio” llegaría a su fin en el momento que se interiorice social y económicamente el paradigma abiótico
De todas maneras las preocupaciones ambientales que existen por el elevado consumo de hidrocarburos continuarán e incluso podrán incrementarse. Deberá estudiarse rigurosamente el impacto del incremento del CO2 atmosférico, cuyas consecuencias sobre la biósfera y temperatura global no están demostradas. Deberá tenerse en cuenta el efecto que la extracción continuada de fluidos puede tener en la estabilidad de la corteza terrestre, en particular la vulnerabilidad sísmica de las diferentes regiones del planeta. La extracción de petróleo y gas provoca inestabilidades sísmicas en las proximidades (por ejemplo los sismos al sur de Irán que se relacionan con la explotación de los campos del Golfo, temblores y tsunamis con epicentro cerca de Sumatra (Indonesia) asociables a antiguas explotaciones en ciertas regiones de dicha isla). De todos modos, para evitar el incremento sísmico hay que cambiar la fuente energética (algo que no parece posible en un futuro inmediato).
Al existir muchas más surgencias y yacimientos de hidrocarburos identificables no es necesario degradar zonas de gran valor ecológico y de habitación indígena como la selva Yasuní de Ecuador. Se pueden buscar otras opciones y proteger áreas que se busca preservar. En fin, toda una nueva línea de pensamiento e investigación deberá gestarse.
Artículo elaborado por Danilo Antón, el 3 de marzo de 2012.
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